miércoles, 14 de octubre de 2009

Réquiem para Diógenes

Ten cuidado Diógenes, ya no te amo. Desde hace un tiempo que dejé de amarte, sobre todo desde ayer en la noche. Me bastó con que me dijeran que valías callampa para regocijarme de goce al creer cualquier tipo de infamia que tuviera tu nombre. Diógenes, mi querido Diógenes, mi jodido Diógenes, mi idiota Diógenes, ahora tengo muchas ganas de ahorcarte y hacer trizas tus lentes. Estoy recostada en mi cama en un estado de inercia y de desamor escuchando a Sumo. Te odio porque permitiste que dejara de amarte, te odio porque lo permitiste de la manera más apacible y desidiosa, como si hubieses maquinado el final más aburrido y patético para nuestra historia que en valparaíso y en las calles grisáceas de santiago creímos que iba a ser inmortal. Ahora pienso en ti sin ningún sentimiento noble, pienso en ti de una manera apática y aburrida. Me siento vacía, me pongo mentolatum en los ojos para que me salgan lágrimas y así sentir que sigo viva. Nada ocurre, sólo un poco de irritación en mis ojos que ya están secos y cristalizados, mis ojos oscuros mirando en dirección al techo de mi pieza y pestañeando para no quedarse dormidos. Estoy de luto, soy una viuda vestida de rojo y glamorosa, sin pañuelo ni gafas oscuras, una viuda que dejó de amar a su idiota difunto que la mató en vida y la dejó con el corazón en las manos sin arrojar ni la más exigua gota de sangre. Así está Eduviges, la pequeña Eduviges, con las piernas extendidas y los muslos que ya no extrañan las manos del muertito Diógenes. Así estamos los dos, tú desde tu soledad apartada del mundo y yo desde mi indolencia hacia ti; tú desde tu autismo y yo desde mi inapetencia emocional. Jamás pensé que lo que te escribí aquella noche en estado de histeria delirante después de que me llamaras lleno de llanto iba a ser nuestra única verdad, iba a ser el trillado adiós o el cordial fuck you.